* Escribe Jaime Sandoval Espinoza
Data: 4 de enero de 2008
En estos momentos, la Franja de Gaza, gobernada por la facción radical palestina Hamas, es objeto de ataques por aire, mar y tierra de las fuerzas armadas de Israel. El conflicto árabe israelí, que no tiene cuando acabar, estalla una vez más con su saldo de destrucción y de muerte en las castigadas tierras del Medio Oriente, que por casualidad o por designio es cuna o punto de encuentro de las tres religiones monoteístas más importantes del mundo.
¿Es necesario tomar partido por alguna de las partes? ¿Qué intereses hay en juego? ¿Cuál es el origen del conflicto? ¿Quién tiene la razón? ¿Hay visos de solución? Estas y otras preguntas vienen a la mente ante una situación que desata hondos sentimientos encontrados y desafía la razón. Si fuéramos palestinos (árabes o musulmanes) o si fuéramos israelitas (o judíos) creo que las respuestas serían más sencillas, aunque el conflicto seguiría tan enredado como siempre. Y ese es, creo yo, una de las características del conflicto que hacen de él uno de difícil o imposible solución.
Los que vivimos en esta parte del mundo llamada Occidente tenemos una visión necesariamente sesgada del conflicto. E igual sucede probablemente con los que viven en el Oriente, o más precisamente en la extensa zona dominada o influenciada por el mundo musulmán. En una y otra parte la información que llega o se difunde al gran público es cuantitativa y cualitativamente favorable a una de las dos partes. Y aunque los medios modernos de comunicación le permiten a algunos el acceso a información más variada, diferente o relativamente independiente, esto no cambia el hecho fundamental de que los acontecimientos se miran con cristales de diferente color. Como ya lo descubrieron y aplicaron los nazis en el siglo pasado, la propaganda es una de las armas más eficaces que se utilizan en las guerras modernas. Si admitimos lo anterior como cierto, estaremos en mejores condiciones de entender el conflicto actual sin dejarnos llevar ni por la propaganda ni por nuestros naturales afectos o prejuicios respecto de los protagonistas, y enfrentar de mejor manera ese principio que dice que en toda guerra la primera víctima es la verdad.
¿Debemos tomar partido por alguna de las partes? No. A menos que seamos miembros activos, participantes directos o afectados por las partes en conflicto.
¿Qué intereses hay de por medio? Muchos, desgraciadamente, y de diferente índole. Intereses políticos, económicos y religiosos, internacionalizan un conflicto que abarca a todo el mundo y cuyas raíces se hunden en la historia y aún en la leyenda.
¿Cuál es el origen del conflicto? El abanico de respuestas es muy amplio. En un extremo está la explicación de que Israel sólo estaría respondiendo a los constantes ataques palestinos con cohetes y atentados a la población civil israelí y que su único objetivo es eliminar a los radicales de Hamas, en un acto de legítima defensa. En el otro extremo está la explicación de que el Estado de Israel, enclavado en el mundo musulmán desde 1948 por mandato de la ONU, no tiene derecho a existir y a ocupar esas tierras desplazando a miles de palestinos de sus lugares ancestrales. Entre estos extremos hay decenas o centenares de argumentos y otras explicaciones; pero una cosa en común es el factor histórico que por desgracia está impregnado hasta el tuétano de creencias religiosas irreconciliables.
¿Quién tiene la razón? Todos y ninguno. Esta respuesta parece fácil e inútil; pero es práctica y real; porque permite situar el problema en un terreno más fértil para plantear soluciones prácticas y reales. Si se tratara de encontrar una solución basada en el derecho histórico que tienen los pueblos para estar donde están, habría que admitir como hechos reales, sucesos extraordinarios y milagrosos ocurridos en un remoto y mítico pasado. Y eso, plantea la posibilidad de un interminable y legítimo cuestionamiento de ese derecho. El conflicto actual entre palestinos e israelitas se inscribe, como sabemos, en un conflicto mayor árabe-israelí, que a su vez forma parte de otro aún mayor cristiano-judeo-musulmán, que también podría asimilarse a otro occidental-oriental. Los intereses son pues múltiples y se entrecruzan, lo que impide saber a ciencia cierta quién tiene la razón. Hay más de una en juego.
¿Hay visos de solución? Sí los hay; pero mucho depende de lo que se entienda por solución. En eso es lo que hay que ponerse de acuerdo y esa es la parte más difícil. Al menos, así ha sido hasta ahora. Los anticuerpos y los radicalismos en una y otra parte son muy grandes e impiden llegar a soluciones duraderas, por lo que las que se alcanzan siempre son temporales y precarias. [1]
Un primer gran punto de partida de una posible solución sería el reconocimiento del derecho a la existencia del Estado de Israel, por parte de los países musulmanes. A estas alturas, pensar que Israel pueda abandonar el territorio que tiene es no sólo una utopía sino una majadería, al margen del derecho que tenga o no para estar allí. Hay realidades que no se pueden ocultar, gusten o no. Pero esto trae aparejado el derecho de los palestinos a tener su propio Estado, constituido y con plenos derechos a funcionar como tal. Una cosa no puede ir sin la otra. Israel ya es un Estado, Palestina no.
Un segundo punto, ligado estrechamente al primero pasa por determinar qué territorios les pertenecen o se adjudican a unos y otros. Cuando se creó el Estado de Israel, la ONU asignó a cada uno un territorio; pero ahora, más de medio siglo después y como fruto de las interminables guerras, anexiones y ocupaciones de hecho, las fronteras son otras muy distintas y favorecen a Israel. Creo que éste es un punto crucial a debatir para encontrar cualquier posible solución al conflicto actual. Asumiendo que los países involucrados reconozcan el derecho a existir como Estados tanto a palestinos como israelíes, la discusión sobre qué territorios les pertenecen no tiene más que dos escenarios posibles: 1) La situación determinada por las Naciones Unidas en 1948 o 2) La situación actual. Llegar a ponerse de acuerdo en una u otra (o alguna intermedia reconocida por ambos) es toda una tarea erizada de dificultades, pero con un derrotero conocido. Y una vez llegado a este primer acuerdo, entrar en negociaciones para determinar el territorio y las fronteras comunes definitivas. Este es, me parece, el camino justo, racional y pragmático. De otro modo, se abren las puertas a la arbitrariedad y al imperio de la fuerza como vehículos de solución, lo que augura el surgimiento de nuevos conflictos y brotes de violencia en el futuro. No hay que olvidar que Israel es un país con poderío nuclear y eso le sirve de pretexto a Irán para serlo también. Nada bueno se puede esperar de una situación así. Pero a eso nos estamos encaminando.
La Molina, 4 de enero de 2008
Jaime Sandoval Espinoza
[1] En 1978 Mohamed Anwar el-Sadat (Egipto) y Menachem Begin (Israel) fueron galardonados con el Premio Nobel de la Paz, entre otras cosas por haber firmado el acuerdo de paz de Camp David. Ambos sufrieron fuerte oposición y rechazo en sus respectivos países. Sadat murió asesinado y Begin decepcionado por las consecuencias de la guerra del Líbano se sometió a un ostracismo voluntario. Es casi imposible encontrar una solución que satisfaga a dos partes en conflicto, y menos cuando éste es más que milenario y lleva en sus entrañas creencias religiosas irreconciliables.
1 comentario:
En la guerra de Líbano, Israel perdió el aura de invencibilidad en una forma totalmente inepta. Sin embargo, no hay más ataques de Hezbollah en la frontera norte con Líbano. Nasrallah recibió el mensaje. Igualmente, dos años después, en la guerra contra Hamas, sus líderes también recibieron el mensaje.
Ehud Olmert ha sido el peor primer ministro en la breve historia del nuevo estado de Israel. La historia no lo perdonará e Israel aprendió una gran lección.
Gracias a Siria, Irán, Hezbollah, Hamas y ahora Turquía, yo creo que vamos a otra guerra, especialmente entre Hezbollah y Líbano contra Israel. Me temo que esta vez Israel no tendrá misericordia. Las cosas serán muy diferentes y la guerra será pelada en forma distinta por parte de Israel. En el proceso, Israel perderá el apoyo incondicional de los EEUU, gracias al régimen del presidente Barack Hussein Obama.
En esta nueva guerra que se avecina, habrá un asalto tola de Israel – comenzando con ataques violentos contra arsenales, centros de comando Sirios/Hezbollah, centros de producción, industriales y comerciales tanto en Líbano y en Siria, incluyendo a infraestructura de ambos países, bloqueos marítimos totales, puentes, carreteras, platas de generación eléctrica en ambos países, con fuerzas israelíes invadiendo Líbano para quedarse, y quizá avanzar hacia Damasco, que está 30 kilómetros de la frontera. Mientras todo esto sucede, Irán tratará de ayudar a sus aliados, Siria, Hezbollah y Líbano, y Hamas. Israel ya tiene cuatro submarinos nucleares estacionados en el Golfo Pérsico, e Irán lo sabe muy bien.
En las últimas dos guerras, Israel avisó a la población civil antes de bombardear las zonas civiles. Sin embargo, el mundo criticó a Israel. No hay nada bue que Israel pueda hacer: siempre Israel será criticado. Israel está en la frontera de la así llamada ‘Choque de Civilizaciones’. Israel es la fuerza de choque en esta guerra con el islamismo - la civilización de choques – e Israel ya no puede darse el lujo de seguir respetando los derechos humanos, ya que a comisión e derechos humanos de la ONU está compuesta precisamente por países que han jurado a destrucción del único estado judío.
Habrán muchos, muchos muertos en la próxima guerra – en ambos lados. Al final de esa guerra, Israel será criticada –nada nuevo – castigada –nada nuevo – expulsada de las organizaciones mundiales –nada nuevo – y separada de la comunidad de naciones –nada nuevo. Los judíos estamos acostumbrados a todo esto. Antiisraelí es el muevo antisemitismo. Pero, también, al final de la guerra, a pesar de Israel haber destruido Líbano, Siria, Gaza y quizá Irán, todavía el mundo se peguntará, ¿Y quién ganó la guerra?.
La comunidad europea (EU) no ha querido incluir a Turquía, precisamente por el temor europeo a la civilización de choques la islamización de Europa. Turquí no está contenta. Pero ellos mismos tienen la culpa, ¿no? Por eso los turcos se han pegado más al mundo musulmán, alineándose con Irán. Ojalá Turquía no siga jugando este juego peligroso. Israel ya aprendió la lección e Israel ya ha dejado de jugar la Teoría del Caos, como ya se ha visto esta semana.
El mensaje a Irán y Turquía es claro.
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