domingo, 4 de octubre de 2009

ALGUN DIA SEREMOS DIOSES…




El Ángel, columna del Cementerio de su nombre en Lima


… o moriremos en el intento.

Escribe Jaime Sandoval

La otrora fortaleza inexpugnable está siendo atacada por todos los flancos. Modernas catapultas lanzan sus proyectiles, cada vez más numerosos, variados y potentes, remeciendo sus cimientos. Los viejos e impenetrables muros parece que empiezan a ceder y ya muestran algunas grietas y resquebrajaduras. El asalto final parece inminente e inevitable. Los contendores se preparan para librar la batalla decisiva.

Adán y Eva fueron expulsados del Paraíso por desoír la prohibición divina “de este árbol no comerán” y por atender en cambio los consejos de la serpiente “si comen de sus frutos, serán como El”. No ha quedado claro si ése era el Árbol de la Ciencia, puesto que esa noción es algo reciente, o si sólo era una metáfora o alusión al Conocimiento; lo que nos pondría en el predicamento de suponer que el estado ideal de la primera pareja, y por ende de toda la humanidad, era la ignorancia absoluta. Más apropiada parecería la denominación de Árbol del Bien y del Mal, ya que estos conceptos sí son eternos; aunque nos asalte una duda acerca de su real significado y de qué lado quedarían la ignorancia o el conocimiento.

La humanidad ha recorrido un largo y arduo camino desde su expulsión del Edén. Al cabo de milenios ha retornado a sus orígenes cargados de conocimientos, queriendo abrir sus puertas a la fuerza con las armas de la Ciencia y la Tecnología y pretendiendo recobrar su lugar en el Paraíso Perdido. El insidioso susurro de la serpiente ha persistido a lo largo de los tiempos; pero ahora se ha convertido en estridente proclama respaldada por la presuntuosa convicción de que en verdad, podemos llegar a ser dioses como Él. Tal parece ser la situación actual. Pero ¿lo es en realidad?

El Large Hadron Collider (LHC) reanudará a fines de este año su titánica tarea de demoler protones en busca del elusivo bosón de Higgs, reproduciendo las condiciones prevalecientes en el instante mismo del Big Bang y pretendiendo desentrañar de una vez por todas, el misterio del por qué de la materia.

La Estación Espacial Internacional, cual moderna Torre de Babel, sigue creciendo sigilosamente en el espacio, albergando una pequeña pero creciente dotación humana de variada nacionalidad y diferentes lenguas; plataforma desde la cual nos lanzaremos algún día a explorar los confines del universo.

La capacidad de almacenamiento y de procesamiento de las máquinas sobrepasará en pocos años la del cerebro humano, constreñido irremediablemente por su capacidad craneal. Las máquinas, en cambio, no tienen esa limitación y crecerán indefinidamente. La era de las máquinas inteligentes es ya una realidad, mientras que la de las máquinas espirituales está empezando a emerger. Las elucubraciones de Ray Kurzweil sobre la posibilidad de trasmigración humana hacia las máquinas ya no suenan tan fantasiosas y la posibilidad de alcanzar una forma de inmortalidad no imaginada en el pasado se torna plausible.

El Mundo (casi) Feliz de Huxley se está haciendo realidad a golpe de ingeniería, clonaciones, probetas y píldoras, aunque por el momento la dosis de soma necesaria para mantenernos equilibrados no sea la suficiente ni la más adecuada como en la novela. Todavía.

La creación de la vida a partir de la materia inerte, supera ya las viejas fantasías que llevaron a los más audaces a inventar los mitos de Prometeo, el Golem o Frankenstein; y su realización ya no está en las manos de filósofos, poetas o escritores de ciencia ficción, ni siquiera en la de los biólogos. Está en manos de ingenieros y programadores y de personajes híbridos y ambiciosos que transitan entre los predios de la ciencia y los de la empresa privada, como Craig Venter, pionero en la decodificación del genoma humano.

Millones de seres humanos llevan ahora una vida doble o múltiple. Una de ellas, “la real”, “la normal”, es la que siempre hemos vivido los humanos de carne y hueso. Pero hay otras posibilidades en el ciberespacio. Las llamadas redes sociales como Facebook, Twitter y hi5 son el paso inicial, intermedio o el necesario entrenamiento para aprender a vivir en los mundos virtuales; la nueva droga del siglo XXI.

Todo el conocimiento producido por la humanidad, y la que vendrá, empieza a ser almacenado en las memorias de Google. Los petacentros, edificios enteros que albergan los servidores que procesan los millones de gigabytes de información que se generan en el mundo, ya se han construido o están en plena construcción. Luego vendrán los exacentros y yoctocentros, probablemente con memorias cuánticas.

El modesto aparato celular que hasta hace poco servía tan sólo para hablar, se está transformando a pasos acelerados ante nuestros ojos en aquello que Borges presagió en su famoso cuento El Aleph; pero con una pequeña gran diferencia: ya no se trataría de un único punto privilegiado y escondido en un oscuro y recóndito rincón del espacio, sino de millones y millones de puntos móviles desde los cuales cada ser humano podrá no sólo escudriñar lo que pasa en el mundo sino interactuar con él.

Las primeras impresoras tridimensionales empiezan a hacer su aparición en aplicaciones restringidas y específicas. Objetos sólidos podrán salir de estas máquinas, aproximándose a lo que la serie futurista Viaje a las Estrellas nos mostraba como cosa común en la famosa nave Enterprise.

La portentosa imaginación volcada en los escritos bíblicos y en las grandes mitologías de los pueblos antiguos, va siendo superada inmisericordemente por los avances de la ciencia y la tecnología. Todo empieza a converger en nuestra época. El mundo no será el mismo al fin del siglo. El hombre tampoco.

No hay prácticamente órgano humano que no sea reemplazable por un elemento sintético o artificial. Injertos, prótesis, implantes y trasplantes están o estarán a la orden del día, siendo probablemente el cerebro el último de la partida; a pesar de que algo en nuestro interior nos diga que eso es imposible o que la sola idea nos repugne o nos revuelva el estómago.

Biodesic, iGem, Ginco Bio Works, DIYbio pueden resultarnos extraños; pero ellos y otras instituciones prestigiosas como el MIT, la National Yang-Ming University de Taiwan están todas participando en diversas fases o proyectos cuya finalidad es la de producir variedades de nuevas especies biológicas a partir de pedazos de ADN que “cualquiera” puede conseguir en “kits” del Registry of Standard Biological Parts.

REFLEXION FINAL

Y si en verdad, al fin de la batalla, logramos derribar los muros e ingresar al vetusto y recóndito recinto ¿Qué haremos cuando estemos allí? ¿Celebraremos con la serpiente nuestra magna o pírrica victoria? ¿Nos tomaremos la revancha y expulsaremos de allí a su legítimo propietario? ¿Procederemos a arrancar de raíz el Árbol del Conocimiento, para que sus frutos no vuelvan jamás a perturbarnos? ¿O habiendo superado la gran prueba y expiado debidamente nuestras culpas, comprenderemos al fin la tremenda responsabilidad que entraña ser dioses y nos uniremos a Él, humildemente, para tratar de reemprender la gran tarea?

Jaime Sandoval

4 de octubre de 2009

Con relación al autor:

Don Jaime Sandoval Espinoza, ingeniero de profesión, es un analista de temas relacionados con la economía, historia, política y naturalmente la ciencia; material que acostumbra circular dentro de sus amigos de Promoción. Su profunda y personal forma de ver las cosas se puede conocer del presente artículo que es el primero con que debuta en este Blog. Me precio de contarme entre sus amigos y me alegro que pueda usar del espacio para opiniones que ofrece Siabala al-Wadi.