viernes, 25 de septiembre de 2009

Wilmer y otros relatos...






WILMER


Escribe Rafael Córdova Rivera

Puesto de control de carreteras de la base contrainsurgente en Ticrapo, Huancavelica, mes de Octubre de mil novecientos ochenta y ocho.

- ¡Baja retaco! ! Que quiero hablar contigo! ¡Tú también, queso!

El sargento Ñata, desde la parte exterior de una ventanilla, se dirigía a dos pasajeros de un ómnibus, apuntándoles con su pistola.

Estos pasajeros, ya en tierra, fueron revisados por dos custodios. Ñata levantó el labio superior del más pequeño de los detenidos y observó:

- No te has curado esa caries, frito; es la señal particular que figura en los boletines de búsqueda... Wilmer, eso ha sido tu perdición, aparte de tu cacharro.

Luego se dirigió a su segundo en el mando y le ordenó, cachaciento: Cabo Lavado, que revisen minuciosamente las maletas de los invitados y luego condúzcalos a su suite. Calienten agua para el baño y acondicionen sus respectivos lechos.

Ordenó en voz baja al radioperador que l0 acompañaba: No avisemos aún sobre la captura de esos angelitos.

- ¡Que piña! susurró el apodado Wilmer, ¡Cuantas veces he engañado a los cachacos en este control de carreteras! Veré cómo salgo de ésta.

Wilmer, mando militar senderista, debido a sus éxitos militares, se sobrestimaba. Temerariamente, convivía en Castrovirreyna con la ex esposa de un guardia y con ella gastaba a manos llenas el dinero que recaudaba de los cupos o exacciones. La esposa del guardia trabajaba en el Registro Electoral y le proporcionaba a Wilmer libretas electorales falsas, con distintos nombres, pero con la misma foto y en la pose que más le gustaba: ligeramente de lado y sonriente. Con una lupa se podían ampliar sus señales características: lunares y, sobre todo, su caries central.

La contrainteligencia de la zona llegó a capturar a la empleada, quién, luego de un severo interrogatorio delató a Wilmer. Copias de las libretas figuraban en los puestos de control de carreteras de toda el área.

- ¡Me han confundido con otro!, ¡Busquen a mis abogados en Lima! - gritó finalmente Wilmer, a los ocupantes del ómnibus; que ya emprendía la marcha.

Los dos detenidos fueron conducidos a la parte posterior del cuartelillo e introducidos a un foso enrejado, a dos metros de profundidad.

Ya en su puesto de mando, Ñata acompañado del Cabo Lavado empezó a hablar en voz alta:

- ¡Biiiingo, Looootería! Justo cuando faltaban cinco días para mi relevo y capturo a Wilmer. Justo cuando faltan dos meses para mi promoción a suboficial y meto un gol de media cancha.

¡Valgan verdades que el tuco había hecho cagar verde al Puma Negro todo un año, a tal punto que el Mariscalito se había visto obligado a relevarlo del mando del batallón!

Puma Negro era comando, lince, paraca, anfibio y lancero; y disponía de fales, madsen, RPG, morteros y la carabina de ambrosio. Pero igual, ¡Wilmer lo tuvo al susto durante todo su comando!

Ñata continuó gritando bajo la mirada asustada del Cabo Lavado.

¡Pero si es una vaina ser artillero trejo! Hace tres meses que estoy aquí sin bajada de bienestar a Lima reorganizando esta base, después de la pateadura que nos propinó el infiltrado y secuaz de Wilmer: Cholo Negro, quien mató a la mitad de los efectivos de Ticrapo.

Son tres meses que vengo trabajando intensamente para recuperar el tiempo perdido por el anterior jefe de base "Lomparte", ensarte, diría yo. Zambito mollendino, hijito de general, engreído y descuidado. ¡La tropa se le fue de la mano!, permitió que el cabo ­Cholo Negro, poco a poco, se fuera conectando con los tucos de la zona. Cholo Negro intentó robar todo el armamento, sorprendiendo traidoramente a sus compañeros a la hora de rancho y matando a once cholos desarmados. Suerte que un cabreado lanzara una granada de mano, obligándolo a huir; eso impidió que matara a todos.

Lomparte, no estaba, era Domingo y, como siempre, su papito el general, lo esperaba en ercmce de la panamericana para llevarlo a Lima. Cuando se enteró del asalto a Ticrapo, ya estaba hecho. Pero no le pasó nada, lo cambiaron como instructor de cadetes en Lima ¡Cabrazo!

Dirigiéndose a Lavado le ordenó:

A Wilmer me lo vaya trabajar el silencio. El enfermero dice que debe ser diabético grave, pues le ha encontrado ampollas de insulina. Debo manejarlo de acuerdo a eso, pues de repente se nos enfría antes de sacarle información. Ojo con su sed y hambre, pues puede entrar en coma, creo. ¡Bueno, ahora planearemos el interrogatorio!

A ver, mi manual de interrogatorios de Usarcarib ... Pucha, esto es para gringos ... El bueno y el malo, no juega, está en todas las películas norteamericanas ... Detector de mentiras, no funciona: Los peruanos somos muy cínicos, mentimos naturalmente. De otro lado, aquí no hay detector ni energía eléctrica ¡Que roche! Estamos debajo de las torres de alta tensión, las vigilamos y no tenemos sino lámparas a querosene...i Subordinación y valor! ... terminó con las conocidas palabras del ritual.

Esto parece mejor: Parrilla a la francesa, con tres interrogadores a la vez.

Completaremos el interrogatorio con un ingrediente especial. Llamaré por radio al suboficial Piojoblanco de la mina de San Genaro. Allí conocemos a una profe pata, pamperita, media gringa y muy colaboradora. Para obtener mejores datos la disfrazaremos como una representante de Cruz Roja Internacional o de "Médicos del Mundo", que exigirá entrevistarse con Wilmer... Pura bamba. Y, que de acuerdo a la resolución 39/46 de la Asamblea General de la ONU contra la tortura y otros tratos y penas... Ja, las cosas que tenemos que leer. Aquí tengo los folletos que me regalaron las suizas de Cruz Roja ¡Que tales patazas que se manejaban!; pero, eso sí, parecían monjas, no entraban al cuento.

Wilmer, como todos los tucos capturados, prometerá llevarme al escondite de las armas para tratar de escapar o de ganar tiempo y facilitar a sus abogados la denuncia de su "desaparición”.

Pero no, de aquí no sale. Quizá lo denuncie ante el Fiscal. Pero, ¿y, las pruebas de sus acciones? A lo peor lo sueltan, pues los fiscales son unos terrucazos.

A Chutuco, el otro tuco capturado, simplemente le daremos vuelta ¡Caballero nomás!

Bueno, ¡basta de meditación!. A organizar el "ambiente para el interrogatorio”.
Pura hojarasca la de este manual, pero a veces sirve. Sigamos con la "cura del silencio".

El ardid de la supuesta representante de la Cruz Roja Internacional, no funcionó.
Wilmer que la había reconocido, escuchó pacientemente los ofrecimientos.

Interrogando sobre qué deseaba en esos momentos, Wilmer le respotió«i ala falsa representante que deseaba "echarse un polvito con ella". Le suspendieron el agua y la comida de la tarde.

A los dos días de encierro, recibiendo poco agua y comida, ya Wilmer gritaba repetidamente:

- ¡Jefes, déjenme salir y les contaré todo, yo soy Wilmer! Ñato ordenó que le pasaran agua y camotes sancochados.

- No, no le den el frijol castilla que nos manda el general Loza desde Lima. Lo puede intoxicar agregó chanceándose.

Los interrogadores eran: el suboficial Piojoblanco, Ñato y un agente de contrainteligencia de Huancavelica. Quisieron estudiar profundamente el expediente de Wilmer, pero sólo contenía generalidades. Ahora era la ocasión de ampliar el conocimiento sobre Sendero en la zona.

Wilmer empezó a responder a las preguntas de los interrogadores, tendidos al borde del foso.

Me llamo Manuel Trillo, soy de Chincha. Fui mosaico en un cafetín de Sunampe.
Nunca hice servicio militar; pero siempre panié que era licenciado de la Infantería de Marina. Me presenté voluntariamente a trabajar de asistente del Mayor Camilo en la base de Huancavelica. Me gané la comida y el alojamiento.

- ¿El Mayor Camilo? Un bacán; pero serrucho blanco de Candarave. Le gustaban las morenas grandazas. "Yegua grande, aunque no ande", decía a menudo. Le encantaba el chaplín de "Comanche" .Me gané su confianza: puro trepe; incluso le traje a una prima de Chincha que 10 dejó seco. Aprovechando de un viaje de Camilo a Lima me quité con su metraca, mapas, piñas, raciones y un manual que me pareció útil, pues trata sobre patrullas y explosivos caseros.

- ¿Que si he viajado a Cuba, China, Norcorea? No, sólo conozco Chincha, Huancavelica, Sunampe, la plaza Dos de Mayo de Lima, donde era ambulante y la avenida Zarumilla de San Martín de Porres, en el puente Trompeta, donde hay una base de Partido.

- ¿Planes, planes grandes, Gonzalo, Feliciano? No los conozco, sólo leo novelitas de vaqueros e indios, alquiladas. Los planes los hago yo solito, sin asesores. A veces vienen universitarios de Lima o de lca, a tratar de enseñarme, pero yo sé más que ellos.

- ¿Mandos? No, yo mismo soy; me convertí en guerrero, entre otras cosas, para tener hembritas como Camilo, el "Comanche" y que me respeten, así sea zambo, chato y rengo. A mí desde chibolito me decían Wilmer, el "Apache".

- ¿Enlaces? Toda la gente de la zona minera, explotados por los tombos y los Picasso cree en mí; me cuentan todo y me protegen; además tengo gente entre la tropa. "Cholo Negro" es mi hechura; actualmente es jefe de pelotón. También fue asistente del jefe de ustedes el Comandante Puma Negro; pero lo enviaron a construir la base de Cabraéancha en Papacoris.

¡Como sufrió esa tropa al mando del Mayor Shapra! Un raterazo que les hacía cargar grandes pedrones y únicamente les daba papas sancochadas, mezcladas con atún, todos los días.

- ¿Asaltos realizados? A ver, cotejen con lo que tienen anotado:

En noviembre del año pasado asalté un portatropas solitario que regresaba a izar la bandera en Huachocolpa. Maté a doce soldados y a su jefe; me hice de diez fales con su munición.

Lo planié fácil: pura observación, anotaciones y ensayos. ¡Con cinco de mis bravos, estudiantes de Huachocolpa, reglamos las ceremonias de los domingos! Como les gusta a ustedes, los cachacos, ¡izar banderas! Creen que con eso educan al pueblo. Lo cierto es que enviaron a la muerte a su gente por una carretera desolada y con cientos de curvas. Los emboscamos en Puente Porfiado, dinamitamos la carretera, rematamos a los heridos y le sacamos sus botines, armas y municiones. Luego nos quitamos a los cerros.

En febrero asalté a otro carro en Lachoj. Por poco rapto a la esposa del oficial, que ya la tenía pedida para que sea mi mujer; pero partió el día anterior a Lima. A su marido lo rematé de un fierrazo y le corté el dedo para sacarle el anillo, que aquí lo luzco, luego de emboscar y volar el vehículo. Maté a doce y me llevé diez fales. Me escondí con mi pelotón por tres meses en cerro Altar. Allí, fui cercado por veinte milicos. Los dejé que se acerquen penosamente por la subida y que consuman su munición. Luego contraataqué en bajada y con ráfagas de veinte fales. Los hice correr hasta la carretera. Pidieron refuerzos que llegaron a los dos días. Dejé hombres disparando cada dos horas y cambiando de posición en las cuevas; luego, en una noche, se descolgaron traspasando la línea de los linces y después de tres días se reunieron con nosotros en Pampacoris.

En Junio asalté a otro carro cerca de Huachocolpa, liquidé a su jefe; un teniente maldito, reducidor de torres de alta tensión derribadas, apodado Escorpión, me llevé ocho fales con munición, matando a diez.

Finalmente, esta base de Ticrapo. La hice asaltar con Cholo Negro, matamos a diez y nos tiramos cuatro fales. Eso fue en octubre.

Cada uno de estos asaltos fue narrado en detalle por Wilmer, quien evidenció condiciones como combatiente. De cómo entrena a su gente a colocar cargas de dinamita accionadas por pilas comerciales, a fabricar latas ("quesos rusos", según los tiras, que son muy huevas para colocar chapas); la ejecución de extenuantes ensayos, la elaboración de raciones de campaña, la construcción de hornos dienbienfú para la cocción de alimentos frescos; la acomodación de cuevas y, sobre todo, el planeamiento y ejecución del retardo para las fuerzas de persecución.

Wilmer recordó que después de la primera emboscada en Lachoj colocó de señuelo como rezagada, a una' hembrita suya de trece años. Ella "guió" a una patrulla que la perseguía, hasta una cueva, en la cual, deberían estar enterradas sus armas. La patrulla íntegra no encontró nada y se comió a su hembrita. Un familiar la reclamó por intermedio de la fiscalía. Los tombos la asesinaron y enterraron; pero en todo esto perdieron tres días. Yo les saqué una enorme ventaja, incluso organizamos una parrillada en un poblado cercano a nuestra ruta de repliegue - manifestó Wilmer.

- ¿Cuáles son mis planes futuros? Bueno, en las pocas veces que regresaba a Lima, leía periódicos y revistas, mucho me molestaba que no me señalaran como a un mando militar importante. Creo que no me marqueteaban por celos del partido, pues no les obedecía ciegamente ni les enviaba molido. En ese sentido me siento aislado.

- Que ¿Qué me propongo?... Wilmer, ya jadeante respondió: Asaltar la base de Cabracancha que ustedes han tirado en plena pampa, sin posibilidades de refuerzo ante un ataque nuestro con cuarenta fales en un crepúsculo. De esta operación, pienso, pensaba, hacerme de treinta fales, una MAG, cinco madsen, munición, radios, piñas... Como creo que no la ejecutaré, la hará "Cholo Negro"; quien en este instante, ante mi ausencia, ya debe estar marchando hacia ella; si es que no lo ha conquistado ya.

Terminada esta última parte, Wilmer lanzó un grito y se cogió el vientre. Tardaron en bajar al foso, porquen Wilmer había inutilizado el candado. Lo encontraron moribundo. Indudablemente, aparte de una hiperglicemia, había tragado una cápsula tóxica que tenia escondida en su ropa.

Wilmer calculó que Ñato, de todas maneras, 10 intentaba liquidar; pero antes le haría conocer todas sus hazañas y su superioridad como combatiente; además había ganado tiempo suficiente para la acción de "Cholo Negro" sobre Cabracancha, base que éste conocía como la palma de su mano.

-¡Negro de mierda! - exclamó Ñato. ¡Se nos adelantó! ... Valiente el tuco y buen combatiente; sólo que era una rata. Alertaremos a Cabracancha. Lo enterraremos lejos de la base y con bastante cal, añadió algo apenado. Le enviaré un radio grama al Mariscalito:

Wilmer sigue sin capturar. Terminado. Así mantendremos a la gente en pindinga. iA la mierda con mi ascenso a fin de año! - terminó.

Durante el período que Wilmer operó en Huancavelica, dos años casi, se convirtió en el combatiente senderista con más éxito. Capturó cuarenta fales y tres mil cartuchos; dio muerte a tres oficiales y cincuenta soldados y destruyó cuatro vehículos.

Nunca, nadie como él, hizo tanto daño a las fuerzas militares del área lo que motivó al relevo de un jefe prestigioso, como "Puma Negro".

Los especialistas en contrainsurgencia y senderología, sin conocer de la existencia de Wilmer, publicaron numerosos artículos sobre el fracaso de la estrategia, de "Low Intensity Conflict" y del inevitable "encuentro final" o desenlace entre el Ejército Peruano y Sendero Luminoso. Los estrategas del estado mayor conjunto, igualmente sin saber de Wilmer, consideraron que el "Schwerpunk" de la subversión se había desplazado hacia Huancavelica, para posibilitar el enlace entre el Ejército Guerrillero Popular que operaba en la costa con el de la sierra. Las fuerzas del orden del Frente Huancavelica, habían puesto precio a la cabeza de Wilmer y tratarían de encontrar las "bases de apoyo que posiblemente albergarían a Feliciano y Wilmer, en sus continuas conferencias".

Finalmente, el "Compañero Julio", desde el diario senderista en Lima, exaltaría las "invencibles columnas del Ejército Guerrillero que está haciendo morder el polvo a las hordas genocidas en la sierra central".

Pero tan sólo el sargento Ñato y Wilmer, el Apache, en ese encuentro real de Ticrapo, sabían que las sesudas reflexiones de los senderólogos, las apreciaciones de inteligencia de las supremas instancias de la defensa nacional, las conjeturas de las fuerzas locales y el optimismo de Sendero Luminoso ... eran simples sueños.

Muerto Wilmer, ninguna organización, ni familiares, reclamaron por él.

IQUICHANO

Una camioneta del Programa de irrigaciones de Huanta, estacionaba al Iado de la carretera que conduce a Limamarca. Eran las dos de la madrugada.
Sus cuatro pasajeros se encontraban bebiendo licor en una choza, hacía ya tres horas; desde que se descompuso el carro cerca del lugar.
Eran de tipo mestizo, achorados. El chofer, un chino cholo, Urday; el jefe del carro, un azambado, Anchante; el topógrafo, un clarón, Hurtado, y el ayudante, Quiñónez, acholado intercambiaban fuertes bromas entre ellos. El dueño de la casa, se mostraba preocupado por el consumo; que suponía difícil de cobrar. Los bebedores ya tenían acumuladas varias botellas de cerveza y una de pisco barato.

- Viejo. Mátate una gallina y hazte un caldo que nos levante el cuerpo, tenemos que esperar a que amanezca un poco, para arreglar el desperfecto. - ordenó Anchante.

El viejo, entró al corral. Sintieron un breve ruido y a poco regresó con una gallina muerta; sacó papas, harina suelta y puso a hervir agua en una olla mediana.

- ¿Me puedes atender, papay? - Se escuchó desde el vano de la puerta. Un hombrecillo modestamente vestido, preguntaba desde allí.

- ¡Carajo, nos asustaste!, aulló Quiñónez. Con la cantidad de tucos que hay por ahí y te presentas como un fantasma, indio, agregó.

- Bueno, siéntate ahí, te venderé algo de comida; pero tienes que esperar como una hora ­le dijo el dueño.

- Ven pacá cholo, aviéntate un trago mientras tanto - le gritó Anchante.
El recién llegado fue alumbrado con una linterna y examinado curiosamente. Se rieron de "mote", al que imitaba Urday; siendo festejado por todos.

Se burlaban de su vestir andrajoso; le descalzaron una zapatilla maloliente y la batearon entre ellos con un palo.

- ¡Baila cholo, baila!, se le ocurrió a Quiñónez y, empezó a palmotear y tararear 10 que parecía un huayno. Obligó a saltar al forastero.
Por espacio de una hora se divirtieron en forma cada vez más cruel.

Urday; ya lo había golpeado de veras, tomándolo como sparring de boxeo; según su particular forma de bromear. Quiñónez, ayudante de camión y exconvicto, tuvo la idea de abusar sexualmente de él.

- Voy a afanar a este cholito - dijo entreabriéndose la camisa y mostrando las "bajadas" o cortes superficiales de chaira en su pecho.

- Miren como se acabra a un chontril, agregó y se aproximó para manoseado.
El dueño de la cantina, harto de los excesos, les gritó:

- ¡No lo jodan tanto! ¡Es un hombre! ... ¡Es iquichano! - agregó.
Los bromistas cesaron unos instantes de fastidiar al iquichano. Hurtado, el topógrafo, que parecía el más instruido de todos, exclamó:

- ¡Ah, carajo! ¡Estos indios son bravos! Se mantuvieron fieles a España durante la independencia, incluso mataron al correo que se dirigía a Lima para comunicar la victoria de Ayacucho. En la guerra con Chile, tuvieron cojudos a los rotos a guaracazos y galgas; y hace poco masacraron a varios periodistas en Uchurajay.

- ¡Miren como tiemblo! - exclamó Anchante afeminando la voz, a la vez que hacía temblar sus manos. Luego, repentinamente, gritó:

- ¡Me cago en los iquichanos! ¡Pon la cara aquí, cholo!, y jalándolo de la cabeza lo aproximó a su cuerpo, dio media vuelta y le soltó un sonoro pedo.

Todos, menos Hurtado y el dueño de casa, rieron fuertemente. El iquichano tenía los ojos húmedos y sólo atinó a balbucear:

- ¡Ya no me jodan más, jefes! ¡Déjenme en paz! Se me afloja la barriga. Denme permiso para hacer el cuerpo ajuera.

- Ya, lárgate, no vayas a ensuciar esto con tu inmundicia; pero regresas, porque tienes que pagar por lo que has comido y chupado; - gritó Anchante.

El iquichano salió de la choza y se dirigió hacia un pedrón, detrás del cual había dejado su morral. Este pedrón estaba próximo a un surco que limitaba la casa con la carretera. Tomó su morral y cerró los párpados un minuto, para acostumbrar sus ojos a la oscuridad; luego quiso saltar el surco; pero fue cogido casi en el aire.

- ¿Con que te querías ir sin pagar, no cholo? Tú saliste para cagar, ¿no? ¡Pues, ponte a cagar ahora mismo! -lo amenazó Urday, poniéndole el cañón de un revólver en la sien.

El iquichano se bajó el pantalón y empezó a defecar ruidosamente.

- Yo quería invitarles un digestivo que tengo en mi morral, es un anís de Pacarán, no quería escapar - gimoteó.

Se levantó luego de defecar y sacó del morral una botella que contenía un líquido claro.

- Que bueno, ya se había acabado el trago - dijo Hurtado, quien había salido junto a Urday.

Entraron. Se sentaron todos en el suelo de tierra y empezaron a rotar la botella, bebiendo directamente del pico.

- ¡Tú no tomas indio! ¡Ya estarás harto de chupar esto!

- ¡Tu mira y nada más! - le gritó Anchante.

- Un poquito, dame solo un poquito, para que me pase el dolor - rogó el iquichano.

No le hicieron caso. La luz de la linterna, casi sin kerosene, se puso cada vez más tenue. Los bebedores hablaban con la lengua traposa, hipaban, eructaban y pedorreábanse a menudo. El trago les había llegado. Luego de un rato todos yacían en el suelo: la manera peruana de beber hasta la inconsciencia.
El dueño se acercó, olió la botella y exclamó:

- ¡Este es un chicharrón (*) capaz de tumbar a una mula!

Fue entonces que el iquichano salió de la choza, se acercó al pedrón, orinó alrededor de él para aflojar la tierra, la sacó, levantó y entró a la choza con los quince kilogramos entre sus brazos. Fue descargando el pedrón sobre la cabeza de cada uno de los durmientes. Luego, con el viejo, limpiaron la sangre y los sesos del piso, borraron todo rastro de la borrachera y se repartieron el dinero, las camisas, los zapatos y los relojes pulseras de los lapidados.

El iquichano violó a Quiñónez, que aún estaba tibio.

- ¿Con que querías volverme maricón, no?,- le dijo al culminar su abominable acto.

Al topógrafo le quito los botines y le cortó el talón derecho con el pico de botella. - ¡Esto es como cábula, para que no me persigan! -le dijo al viejo.

A Urday le quebró el dedo mayor de la mano izquierda. - ¡Para que no me encuentren! -agregó.

Procedieron a enterrar los cadáveres en el surco, luego de ahondado como una zanja larga y profunda.

Seguidamente, el iquichano quitó la tapa del tanque de gasolina de la camioneta y le insertó un trozo de la camisa de Urday humedecida con el resto del chicharrón.

Usándolo como mecha, incendió el vehículo.

Terminada la faena, el iquichano tomó su morral y lo llenó con los objetos repartidos; también tomó el revólver de Urday, y se fue.
El viejo guardó su parte de lo robado en una bolsa, la puso en el lugar donde el iquichano sacó el pedrón y colocó el pedrón encima.

Aclarando el día, el viejo se dirigió a la gobernación de Limamarca para avisar, bastante asustado, que los senderucos habían asaltado una camioneta del gobierno y secuestrado a sus ocupantes; muy cerca de su casa.

* Chicharrón: primer borbotón del alambique de pisco y de alto grado alcohólico.

¡QUÉ CHOLOS TAN GRANDES!

-¡Me llamo Lucho Aragón!, ¡Me llevan los cachacos!

Fue lo único que pudo gritar; pues manos muy fuertes le apretaron el cuello, cogieron brazos y piernas y taparon la boca con un trapo. Su cabeza fue envuelta con una capucha.

Tendido sobre el piso metálico de una camioneta, tipo picap, fue cubierto con una gran lona. Cuatro personas se sentaron sobre él -nadie hablaba- movió ligeramente una pierna y recibió un fuerte culatazo.

El carro avanzaba lentamente y con las luces bajas. Lucho sentía los baches y bajadas del camino. Intentó reconstruir mentalmente la ruta, pero no pudo. Empezó a orinarse, pues el peso de un hombre sobre su cadera le oprimía la vejiga; también sentía el olor calzoncillo sucio que rezumaba el trasero que oprimía su hombro derecho.

- ¡Jodido para siempre! - musitaba el mejor catedrático del folklore de la Universidad.

- ¡Quién me mandaría aventarme unos tragos tan lejos del centro! ...

Pero se trataba de un amigo de mi primo Germán quien invitaba. Raro el hombre, su conversación era de lo más anodina: generalidades sobre política, alguien que trataba de jalar la lengua. Se hacía el entendido en el huayno ayacuchano, pero no sabía nada de música, ni de nuestro pensamiento poético, un ser oscuro.

Argumentaba que era un profesor, que quería instalar una academia universitaria; pero no tenía nociones de tecnología educativa. Yo me puse en guardia, podía ser un "tira". Luego salimos juntos, nos despedimos y quedé solo en la calle desierta. Poco después me cayeron encima estos asquerososo

El carro se detuvo por unos instantes y luego continuó su lenta marcha.

Evidentemente había llegado a un puesto de guardia.

Lucho fue bajado de la camioneta. Todavía cubierto, le introdujeron a una habitación. Al quitarle la capucha, una linterna tipo petromax le alumbró con intensidad. Varias personas con pasamontañas le rodeaban.

- ¿Y, don Lucho? - Le dijo el jefe de ellos-o La última vez que nos vimos, se quedó con la mitad del relato. Ahora, por curiosidad, me interesa saber cómo escapó de una celda con paredes tan altas.

- Bueno - contestó Lucho, ya más tranquilo, pues entendió que, por lo pronto, no lo iban a ejecutar de inmediato.

- Bueno - empezó su relato- . Tenía las manos atadas por delante, como ahora. El ancho de la celda era un poco menos que mi estatura y no tenía techo. Estaba a la intemperie. Empecé a escalar...

- ¡Que tal si les muestro cómo lo hice; si es que aún puedo! - agregó, entusiasmado.
El jefe y los demás interrogadores estaban muy interesados en saber cómo Lucho había fugado de Los Cabitos, hacía un mes. Por consiguiente, fue conducido hasta la celda indicada. Se apretujaron en la puerta para verlo en acción.

Lucho se colocó casi horizontal. Los hombros y la cabeza doblada, apoyados en un muro y los pies con los talones apoyados al muro opuesto. Empezó a subir lentamente, paralelo al suelo. Al llegar a un metro de altura, los pies resbalaron y Lucho cayó. Se levantó prontamente y reanudó su maniobra.

- ¡Vamos, don Lucho! ¡Arriba! ¡Tú si puedes! - gritaban los captores, ya excitados por el esfuerzo de Lucho y por la curiosidad.

Lucho demoró casi quince minutos en llegar hasta los filos superiores; luego, haciendo palanca con la cabeza y cuello y ayudándose con las manos forzó una entrada hacia atrás, y disparó su cuerpo al exterior.

La celda estaba situada casi al filo de un barranco que terminaba en el cauce seco de un riachuelo.
Lucho cayó de pie en la vereda exterior de la celda y luego, hecho un ovillo, se zambulló en el barranco, tal como había practicado innumerables veces en el cerro Picota, entrenando bajo el comando de Raúl, un mentado mando militar de Sendero y alumno de la Universidad. Cuando aminoró la rodada, se puso de pie y corrió velozmente en zigzag, hasta llegar al fondo. Se escucharon gritos:

- ¡Se fuga, carajo!, ¡Párate terruco de mierda!, ¡Disparen al bulto! Y finalmente:

-¡Ta’mare, no se puede bajar, está muy oscuro y empinado! - gritaban los burlados interrogadores.

El jefe de ellos ordenó que un yip llevara a cuatro hombres armados hasta el borde barranco, 10 alumbraran y dispararan a discreción; pero no encontraron a Lucho.
Ocultándose en las últimas casas de Huamanga, Lucho llegó a la vivienda de su prima Maxi en San Sebastián, ella cortó sus amarras, le dio de comer y de beber.
Lucho fue hasta el centro de un jardín interior, levantó una tapa cerca de un pequeño matorral y penetró por un túnel angosto que desembocó en una cisterna abandonada, construida por su sobrino Gabriel, quien trabaja como albañil en el cuartel de Quicapata.

En el cuartito se disponía de lo más elemental para ocultarse como máximo dos semanas: linternas, catre de campaña, refrigeradora a querosén, estufa, bolsa de primeros auxilios, tubos de aireación, tornos para envío de alimentos y recojo de deshechos; etc. Había sido acondicionada por su sobrina Nelly enfermera del Hospital del Seguro Social.

Al día siguiente de la fuga, la prima Maxi lo enteró que el primo Germán había viajado urgentemente a Lima, acudiendo a un llamado de su esposa enferma. Lucho calculó que su primo lo había "echado", seguramente para adueñarse de algunas propiedades, si es que la "repre" lo hacía desaparecer; como era costumbre en Huamanga.

Pasados dos días, Lucho regresó a la universidad escoltado por algunos catedráticos y alumnos y continuó impartiendo sus clases sobre folklore "Lavado cerebral" como lo calificaban los agentes de la brigada.

Lucho se enteró, que sus gritos durante la captura habían sido escuchados. Esa misma noche, varias organizaciones de derechos humanos de Huamanga comunicaron a Lima sobre su desaparición. El gordo Soberón, coordinador general, retransmitió la denuncia a varias instituciones peruanas y del extranjero, quienes exigieron al gobierno acciopopulista, la aparición de Lucho, ¡Pero vivo!

Las organizaciones populares y estudiantiles, y la comunidad ayacuchana en general, enterados de la forma como Lucho había burlado por segunda vez a sus plagiadores, celebraron con alborozo este hecho, quedando inscrito en el anecdotario revolucionario. Pero la brigada de operaciones especiales, picada en su orgullo, vigiló constantemente a Lucho Aragón; quien siempre se encontraba acompañado por dos guardaespaldas.

Sucedieron dos meses de incriminaciones contra ella, por su ineficacia. Desde Lima, les negaban órdenes terminantes para reducir las acciones de Sendero; pero no podían ejecutar nada importante, por falta de información realmente valiosa.

- ¡Dejémonos de cojudeces! ¡Mucho seguimiento, fotos secretas, recojo de papeles en los basureros, chuponeo de teléfonos y nada en dos platos! - decía "Manito" el jefe de la brigada, a sus hombres.

- ¡Vamos a jugar sucio y rudo! - continúo - ¡Organicemos un falso pelotón de "Rodrigo Franco" y secuestremos a Lucho Aragón quien, por su calidad intelectual y física, creo que es uno de los terrucos más importante!

- Estoy casi seguro de que es él quien recibe las informaciones más relevantes; también creo que Lucho debe haber formado un equipo de adoctrinamiento de primera.

- ¡Debemos capturado vivo, interrogado fuerte y luego chifarlo! - terminó tajantemente "Manito".

La brigada afinó la vigilancia y sobornando a un grupo folklórico de Lima participante en un festival en Huamanga, logró que se invitara a Lucho Aragón a una parrillada en Orcasitas. Allí, irrumpió sorpresivamente un pelotón de Rodrigo

Franco, que secuestró a Lucho, luego de liquidar a sus guardaespaldas.

Llevado a otra base contrasubversiva, Lucho fue interrogado aplicando las más refinadas técnicas, por espacio de dos días seguidos, No pudo resistir y delató a más de treinta alumnos suyos, culpables o no, de pertenecer a Sendero.

Los grupos operativos de detención salían continua e incesantemente y regresaban con gente joven, quienes eran interrogados, encapuchados y descalzos, en las mazmorras más alejadas.

-¡Carne de primera! Expresaron los captores de estos universitarios; por la calidad y cantidad de información, obtenida bajo tortura.

Aparte de ello, fue ocasión para el interrogador "Destéfano", cobarde torturador muy conocido, se cebase sexualmente de las universitarias más bellas, antes de liquidadas.

El escuadrón de helicópteros de ataque operó día y noche para "golpear" los presuntos reductos de Sendero en Huamanga, Huanta, Tambo y Pampa Cangalla.

La Brigada reportó confidencialmente a Lima que "Sendero había perdido a más de doscientos delincuentes - terroristas en estas acciones que duraron una semana, pero en algunos casos - como sucedió en la comunidad de Cayara - había tenido tiempo de recoger los cadáveres de sus bajas".

Culminada la operación, Lucho y otros detenidos fueron ejecutados en el barranco escenario de su fuga, como era usual, con un tiro en la cabeza.
Los ejecutores enterraron los cadáveres en unos surcos del interior de la base contrasubversiva de Totos, a metro y medio de profundidad.

Al cabo de dos meses, este campo se convirtió en un maizal, que ocultó todo lo acontecido.

- iQué choclos tan grandes y deliciosos brotaron de ese campo! i Cómo que su fertilizante fue un producto muy especial! - contó confidencialmente, un año después, el "Pelao", jefe de la base, a un funcionario gubernamental recientemente llegado de Lima, para investigar presuntas violaciones a los derechos humanos, exigida por las Naciones Unidas,

LA GUERRA ES SUCIA

El general de las pocas palabras, nos ordenó subir al helicóptero. A los treinta minutos llagamos a Huacasancos, para una evaluación de daños; pues ayer 22 de junio, durante un ataque de Sendero, murieron veinticuatro comuneros.

Una patrulla registraba el poblado, casa por casa. Entraban a ellas de un puntapié y disparando; algo cinematográfico.

Las viviendas mostraban un escenario que se parecía al crimen de Manson contra Sharon Tate. Intestinos cruzaban algunas habitaciones. El cadáver de una niña de seis años mostraba que le habían aserrado la cabeza hasta la mitad; el serrucho aun estaba allí, prendido al cráneo.

Mientras las patrullas de la zona continuaban el registro, el general de las pocas palabras, empezó a interrogar en quechua a algunos ancianos del lugar. Pese a lo dramático del ambiente y de las circunstancias, por primera vez lo vimos reír; bromeaba con un sobreviviente colocándole juguetonamente un sombrero en la cabeza - un poco que lo hacia para lucirse entre los oficiales de todos los institutos - ninguno quechua hablante. Secretamente, nos menospreciaba por esa deficiencia.

- De pronto, un soldado de seguridad gritó: - ¡Un terruco! Señalando a un matorral, a quinientos metros de nosotros.

En efecto se veía apenas IDl rostro con un sombrero escondido entre las matas.

Sucedió algo incontrolable. Simultáneamente todos sacaron sus armas y empezaron a disparar por ráfagas. El comandante "Camión" empleó su FAL con punto rojo; los republicanos sus G - 3 con mira telescópica. El piloto se dirigió al helicóptero y desmontó su AKM; también disparó frenéticamente, cambiando dos cargadores. Los soldados de seguridad dispararon sus fales, enloquecidamente.

Era un concierto de estampidos de todas las marcas de fusiles.

Nosotros observábamos con prismáticos. La indicadora de distancias marcaba 420 metros.

Los tiradores, con la emoción, no habían revisado sus alzas, ni apreciado la distancia. Milagrosamente, ningún disparo daba en el blanco, el cual, empezó a correr hacia un claro.

En esos momentos salió del matorral una campesina adulta que se interpuso valientemente entre los impactos y el desconocido. Rápidamente se acercó a él y lo levantó.

El general de las pocas palabras ordenó:

- ¡Alto al fuego!

A toda prisa se aproximaron hacia los objetivos tres soldados, quienes después de unos minutos, los presentaron al grupo militar.

Era un niño de cinco años, hermoso, que parecía extraído de una tarjeta postal; con su sombrero puesto, acompañado de una anciana.

Esta explicó en quechua, que durante la matanza de Sendero, había huido a las afueras del poblado. Estaban muy asustados.

Todos permanecimos silenciosos.

Ilusión óptica, deformación de imágenes, error de apreciación de distancias, estupidez colectiva.

Todo en una.

El general de las pocas palabras, consciente del error cometido por todos, se limitó a sentenciar sombríamente:

- ¡La guerra es sucia!

Al regreso, un infante de marina, aún conmocionado y con los ojos acuosos, me comentó:

- ¡Mi Jonathan tiene la edad de ese cholito!

LA CUADRADA

Un pasajero de apariencia inocente se acerca al chofer y lo encañona por la nuca. Obliga a detener el carro. Surgen de la oscuridad más de veinte tucos variadamente armados. Hacen bajar a todos los hombres. Revisan documentos: electorales, salvoconductos, etc. El terruco del ómnibus señala a dos pasajeros. Durante la parada en Huaytará observó que tenían movimientos de cachaco, miradas de cachaco y fumaban como cachacos.

El jefe del pelotón comenzó a interrogar a los elegidos. Estaban muy nerviosos. El más viejo llevaba escondido un camet de Sanidad Policial en su calcetín, debajo de la planta del pie. Lo descubrieron en la rebusca.

Al más joven le revisaron cuidadosamente el maletín de mano. Tenía una Biblia deteriorada y útiles de aseo; brazos sin tatuajes, indicadores que perteneció a las Fuerzas Armadas. Le preguntaron si había hecho el servicio militar - dijo que no su electoral señalaba que era natural de Pacora. El jefe le preguntó sobre Jayanca, el señor de Motupe, el espesado. Respondió bien. Estudios superiores, dos años de San Marcos, Antropología; no pudo continuarlos. Ahora era comerciante, quería comprar artesanías de piedra de Huamanga, retablos, casacas de cuero, otras huevadas; para venderlas en Lima. Llevaba 500 soles... -¡No son suficientes! Dijo el jefe.

Los asaltantes, al registrar a los pasajeros, estaban propasándose con las mujeres.

Empezaron a manosear a las chicas... El jefe gritó:

- ¡Entreguen toda la guitarra, rápido! Mis hombres están muy aguantados; ¡No respondo por las costías!

Recogieron todo lo útil: víveres, dinero, medicamentos y zapatillas. La valija del supuesto guardia contenía un polo negro con el estampado ¡Muerte a los terrucos!, usado por los republicanos...

- ¡Ya te cagaste! -le amenazó el jefe.

La maleta del otro detenido, contenía ropa usada y hierbas medicinales.
Un asaltante que actuaba de vigía alertó a gritos que se acercaban dos carros por la subida. - ¡Se acabó! ¡Suban todos! - ordenó el jefe -. Menos estos dos. ¡Separen al tambo!

El guardia identificado, se puso a llorar, dijo que era un simple enfermero veterinario, serrano como ellos, tenía esposa y dos hijos, nunca había disparado armas, ni en la instrucción policial. Prometió darles víveres de la mercantil que administraba su suegra en Tambo.

- ¡Yo no soy queso!, ¡Soy norteño! - gritó el jefe.

Amarraron al guardia del cuello y las manos. Luego, un asaltante le rompió la cabeza de un barretazo. El supuesto militar comenzó a humedecerse y a oler feo; pues, se le había aflojado los esfínteres; pero permaneció con el rostro impasible. Simplemente reclamaba que necesitaba su dinero para compras. Que era prestado. Tampoco lloraba; estaba muy pálido.

El jefe ordenó al chofer que encendiera el motor. Se acercó al detenido que permanecía de pie, le alejó un poco y le dijo en voz baja:
- Eres macho, perro... pero no te hagas el huevón. Te recuerdo como el alférez Rojas, dirigías muy bien la central de tiro en el cuartel Marcavalle de Lambayeque. Yo era tu furriel; también copiaba a máquina tus tareas de inteligencia. Me llamabas paisano y dejabas que doblara en el rancho cuando estabas de servicio. Una vez me encontraste cabreado en el almacén de municiones; contaste hasta cinco, para que desaparezca de tu vista.

- Soy el sargento Bances, licenciado de Artillería. ¡Te voy a dar el vuelto! El carro ya está partiendo por esa subida, voy a contar hasta tres. Si te quedas, te mato. Si te salvas y te veo otra vez, te mataré.

- ¡Un o o o! ¡Corre cachaco conchetumadre!

El así llamado corrió con todas sus fuerzas, botando el excremento por las bocas del pantalón. - iD o o o s! Alcanzo la escalera de carga y...

- ¡T r e e e s! Comenzó a subir, cuando el carro ya empezaba a acelerar locamente por la bajada.

Llegó al cubreequipajes del ómnibus con el corazón a punto de salirse por la boca y se tendió sobre la lona que cubría el equipaje.
Escucho los dos disparos de FAL con el que ultimaron al pobre enfermero.

BLACAMAN

Un domingo de marzo me encontraba de franco y paseando de paisano por las afueras de Huanta y como muchos huantinos, rondaba a la espera de Blacamán, El Hipnotizador; quien se había presentado con éxito en Mayoc, Churcampa, Tambo y San Miguel.

Una gran carpa de lona, sucia y rotosa, como es típico en los pueblos serranos, cubría los tabladillo s sin espaldar que servían de asientos; los cuales estaban colmados de espectadores.

Una pequeña banda e músicos desafinaba el huayno "Flor de Retama", cuya letra se cambiaba según fuera el auspiciador: policía, militar, profesor, estudiante o cumpa senderista.

Blacamán se hacía esperar.
El maestro de ceremonias intercalaba las interpretaciones musicales con algunos chistes del lugar y chascarrillos adecuados para niños, buscando amenguar la impaciencia de los espectadores; pero el público, molesto por la demora del hipnotizador, silbaba y rechiflaba interrumpiendo a cada momento al locutor.
En eso apareció Blacamán por el pasadizo que desembocaba en el proscenio. Vestía atuendo negro lustroso, capa, sombrero y bastón. Subió lentamente entre los gritos ¡Mi plata! ¡Trafa!, y los ruidos de las tablas zapateadas por los espectadores. Blacamán cogió el altavoz y gritó:

- ¡Buenas tardes, señores! No sé a qué se debe tanto alboroto si estoy programado para las tres de la tarde.

El público, creyéndose burlado, reinicio las rechiflas. Luego, de unos instantes, Blacamán alzó los brazos para imponer silencio. Poco a poco se acallaron los gritos y sólo se escucharon murmullos. Fue entonces que Blacamán cogió de nuevo el altavoz y ordenó:

- Los que tengan relojes, por favor, mírenlo y díganme la hora.

Varios asistentes, lo hicimos así. Se escuchó un murmullo mayor, ahora de admiración: los relojes marcaban las tres de la tarde. Fue muy comentado por todos. Luego siguió un prolongado aplauso.

Continuando con la función, Blacamán ofreció adivinar el pensamiento de cualquiera de los presentes; así lo hizo con dos de ellos, produciendo carcajadas con sus añadidos jocosos. Luego realizó un sencillo juego de manos y un breve numero de ilusionismo, por lo cual fue nuevamente aplaudido. Todo esto pareció suceder en breves minutos. Terminados los aplausos, Blacamán impuso silencio y preguntó:

- ¿Hasta qué hora está programada la función? Casi a coro respondimos ¡Hasta las seis de la tarde!

Blacamán volvió a ordenar. ¡Por favor, miren la hora en sus relojes! Luego de una breve pausa continuó: ¡Señores, muchas gracias!

Descendió del proscenio y se encaminó hacia la salida.

Los relojes marcaban exactamente las seis de la tarde.


Respecto del autor de estos relatos

Por cierto que entre la realidad y la ficción existen diferencias de verosimilitud; pero es el caso que estos relatos, producto de la severa experiencia que las tropas antisubversivas recogieron en su campaña en lustros ya pasados, son contadas con expresión de realidad y constituyen ya notas históricas del acervo nacional.

Su autor, el coronel EP (r) Rafael Córdova Rivera, distinguido oficial de nuestra primera institución militar los ha recogido con estilo, realidad folklórica y entereza de espíritu.

Rafael Córdova, uno de mis condiscípulos de la Promoción 55 del Colegio Nacional Alfonso Ugarte de Lima y preciado amigo, accedió gustoso para ocupar espacio en nuestro Blog.

2 comentarios:

Rafael Córdova Rivera dijo...

QUERIDO HERMANO

MUCHAS GRACIAS POR LA INMERECIDA DIFUSION DE PASAJES OLVIDADOS Y QUE GENEROSAMENTE INCLUYES EN TU BLOG.

UN ABRAZO

RAFAEL

Luis Adolfo Siabala dijo...

Estupendo relato. Destaco el realismo con el que ha trabajado esta narrativa, a mi modesto juicio, desde la perspectiva de una crónica periodística ajena a fantasías inútiles. (como el caso de John Reed y su proceso revolucionario de Octubre, 1919:"Ten Days that Shook the World").

Quizás muchos elementos aquí recogidos sean parte de sucesos vivenciales, testimonio al fín de un pasado que ya forma parte de la historia del Perú.

Felicitaciones al coronel Córdoba.
Luis Adolfo